lunes, 11 de abril de 2016

ALGO TAN CIRCUNSTANCIAL.

Entendemos por movilidad social la situación según la cual cuando somos adultos y como consecuencia de nuestro desarrollo pertenecemos a un nivel social diferente al que pertenecían nuestros padres y en el que habíamos nacido.
La movilidad social que había aumentado en las décadas anteriores se ido reduciendo y en la actualidad podemos decir que las posibilidades de ascenso de los jóvenes actuales son menores que las que teníamos sus padres.
A partir de la industrialización que se produce en España en los años 60, los trabajadores del campo o los pequeños autónomos del momento pudieron pensar que su hijo podía ir a la universidad y no ser panadero –por ejemplo- como por tradición lo había sido su padre, su abuelo, su bisabuelo…
Y esto se produce fundamentalmente por el mayor y mejor acceso al factor más determinante en el aumento de la movilidad social: la educación.
La educación es el aspecto que más ayuda a romper el “antiguo régimen” de las herencias profesionales que para bien de algunos y para mal de muchos encasillaban al hijo del médico como médico y al hijo del jornalero como jornalero. Sin embargo no es el único factor.
Si bien el nivel educativo es condición necesaria no es condición suficiente, ya que en las mismas condiciones de formación, los hijos de quienes ya tienen un estatus superior tienen más posibilidades de acceder a ese mismo estatus gracias a los contactos, a las redes sociales que se crean entre los individuos: no es lo mismo comenzar de cero que ser “el hijo de”. Por eso, junto a la educación necesaria, es también necesario establecer un sistema de acceso que se centre en la preparación de cada candidato y no en su pedigrí.
Las medidas tomadas en Europa frente a la crisis han repercutido negativamente en esta movilidad social porque precisamente han reducido los aspectos que se consideran fundamentales para que se amplíe: fomentar la igualdad de oportunidades independientemente del punto de inicio de cada uno. O lo que lo mismo: mejorar la educación primaria para evitar que se creen desventajas en función de la familia de la que se procede, aumentar la seguridad de las familias para que no sea necesario abandonar los estudios, aumentar las becas para que nadie con capacidades y trabajo se quede sin formación.
Algunos -más prácticos que el resto- se preguntarán ¿qué necesidad tenemos de hacerlo? Pues bien, podemos hacerlo por justicia o por egoísmo.
Ya Aristóteles hablaba de lo que él llamaba justicia distributiva: la que velaba porque todas las personas pudieran disfrutar y acceder a una serie de bienes imprescindibles como podía ser la educación o la alimentación, concepto que se asume en los Derechos Humanos. Pero si aún así nos cuesta aceptar la redistribución de la renta necesaria para favorecer la movilidad, el egoísmo –peor visto, menos altruista, pero más consustancial al ser humano- puede ser otro motivo para buscar esta movilidad.
Pertenecer a una familia que por sus características formativas o económicas imposibilitan el acceso a una formación superior no significa carecer de un alto nivel de capacidades que bien encauzadas en el proceso educativo nos favorezcan en un futuro a todos. O sea, vamos a ser egoístas y no desperdiciemos las potencialidades de quien no puede acceder a los estudios por falta de medios, porque su acceso traerá un rendimiento positivo para toda la sociedad. Rendimiento positivo en contra de quien con mucha menos capacidad puede hacer tres veces el mismo curso porque se lo puede pagar  y puede trabajar no porque lo valga, sino porque su padre es…
No podemos dejar que algo tan circunstancial como nacer donde has nacido pueda determinar tu vida para siempre. 

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