lunes, 11 de enero de 2016

CON LA PUERTA CERRADA


Comenzaré este año con la puerta cerrada.
Autonómicas y nacionales, pactos o no pactos, PAIs, corrupciones, implicados, imputados, coletas y naranjitos han invadido mi espacio personal.
Sé que soy social, que no soy sin ser social. Pero no me puedo traicionar. No me puedo perder en lo exterior, supongo que para eso se inventó la poesía.
Cierro la puerta y me tengo a mi, a mi familia, a mis amigos, a mis momentos de risas, de satisfacciones y de dudas. Entonces no importa a quién votó cada uno o si mi hija tendrá que doctorarse en euskera. Quizá sea egoísta pero empecemos con la puerta cerrada, ya la iremos entreabriendo.
Somos animal de la polis pero no somos nada sin ser “yo”. Curiosa mezcla humana, animal político que necesita del resto pero también estar consigo mismo. Equilibrio que a veces se inclina hacia uno u otro extremo pero que últimamente ha ido derivando en una plaga en la que las personas se han perdido ocultas bajo tanta política.
Ahora quiero mi paréntesis, mi puerta cerrada, mi espacio personal. Si es que eso tiene sentido.
A veces necesitamos cierta soledad. Reposar, colocarnos sin palabras y sin gestos. A veces necesitamos contemplar. Ser aceptados sin preguntas, sin reproches, sin movimiento. Necesitamos unas manos que liberen las emociones y repriman los miedos. Que repriman la lógica, los cálculos, los razonamientos.
Necesitamos quedarnos sin prisas, ofuscar prejuicios y juicios, lanzarnos al abismo de lo imprevisible.
A veces necesitamos esa vida que no pesa, esa que no hay que arrastrar, la que no se encierra en palabras, la que sólo se vive más allá de los conceptos. A veces necesitamos sentir la ilusión de sentirnos, de vernos.
Entre tanta vorágine de escándalos y desmentidos, de noticias contradictorias, de opiniones, de mayorías y minorías. De derechos y tradiciones, de versiones de la historia, de luchas internas, de impuestos… Necesitamos un paréntesis.
Pero qué breves son los paréntesis. No podemos escribir nuestra vida dentro de ellos. Son notas en un discurso, tan efímeros. Cierran con contundencia ese escaso derecho a ser tú porque nunca puedes ser tú solo sin el resto. El paréntesis cierra el camino, cubre los flancos para que las vidas vuelvan siempre a su sitio.
A veces necesitamos soledad. Pero la soledad no es un mundo, ni siquiera un estado, quizá sólo un momento.
Si  se convierte en una forma de vida ya no es vida, es ausencia, negación del aliento. Está solo, quien quiere encontrar sin haber puesto, quien quiere ser sin haber sido, quien sufre de ausencia sin haber tenido ni siquiera afecto. Quien tras la apatía, espera. Espera palabras, mensajes, que todo cuadre.
En el fondo, la vida en soledad es una vida en blanco y negro.
Por eso será que los paréntesis se acaban, que las puertas no pueden quedar cerradas. Que “yo soy yo  y mis circunstancias”, y las puertas poco a poco se irán abriendo camino en ese “confuso” estar inevitablemente con los demás y conmigo.
Volveremos –seguro- a preocuparnos e implicarnos, a discrepar y argumentar. A enfadarnos o a reír por no llorar ante pactos y razones para no hacer lo que habían dicho. Incluso podemos llegar a sorprendernos porque hacen lo prometido.
Volveremos –seguro- a no entender y a no comprender por qué no entienden. A ser incapaces de ver por qué lo importante se convierte en secundario y viceversa.

Y ni antes ni después se nos puede olvidar que la palabra del 2015 es “refugiado”, y que buena parte del “mérito” de que así sea la tiene Alan, aquel niño sirio de 3 tres años recogido ahogado en una playa.

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