lunes, 12 de octubre de 2015

INTELIGENCIA E INGENIO: EL SENTIDO DEL HUMOR.

Tradicionalmente, cuando hablamos de inteligencia nos referimos a la capacidad de algunas personas para superar sus estudios con un buen expediente o para realizar importantes investigaciones y descubrimientos.
En los últimos años –ya décadas- y como consecuencia del desarrollo de la “inteligencia artificial”, se han ido concretando diversos usos o tipos de inteligencia: unos similares a los que desarrollan los ordenadores, otros específicos del ser humano y todos ellos relacionados entre sí.
Pero entre esos usos, pocas veces encontramos la inteligencia como una capacidad relacionada con lo lúdico. Sin embargo la ironía, el humor, la picardía, la comicidad, la astucia, la parodia, el chiste o el juego no son sino muestras de inteligencia e ingenio.
Habitualmente hablamos de: inteligencia computacional, inteligencia como capacidad de abstracción, inteligencia como modo de autodeterminación o de inteligencia emocional.
Pero la inteligencia como ingenio, como risa, también tiene su espacio.
Un chiste es una historia cuyo final sorprende agradablemente, es inesperado, novedoso, breve. Es consecuencia del ingenio necesario para crear un final diferente, más allá de la lógica, de lo esperado, de la verdad o falsedad, del sentido: un juego de palabras no dice nada pero puede ser gracioso sobre todo si se hace rápidamente, sobre la marcha, es original y por tanto sorprende.
Fue famoso por su ingenio el diccionario de José Luis Coll -llavero: Instrumento que permite perder varias llaves al mismo tiempo-. Y son muestras de ingenio las viñetas que al mismo tiempo que consiguen una sonrisa son capaces de trasmitir en dos frases ideas que a otros cuesta un artículo. El Roto, a propósito de la situación en Grecia, dibuja dos señores en tonos oscuros que dicen: “- ¿Y no se os ha ocurrido pensar en los dientes de oro de los griegos?, a lo que el otro responde -¡Anda, es verdad!”.
El ingenio burla la realidad y la norma. El bufón entre chistes y parodias, decía al rey lo que sus consejeros no se atrevían. Forges, después de que Franco se recuperara de un grave problema de salud publicó una viñeta en la que aparecía un señor con una botella de champán sin abrir y entre telarañas. Cuando los censores le preguntaron que esperaba celebrar, Forges respondió que una victoria del Atletico de Madrid.
El humor es una forma de superar la realidad. Nos reímos de la muerte: “ha estirado la pata”, “se ha quedado tieso” e incluso algunos son capaces de reírse de si mismos. Una persona bajita comenta: “cuando era pequeño me gustaba pasear en bicicleta, ayer mismo me di un paseo”.
La risa y la sátira son transgresoras. Pero ¿tiene límites la transgresión?
Los límites varían. Quizá ahora Góngora hubiera denunciado a Quevedo por reírse de él: “Érase un hombre a una nariz pegado…”. Al menos se consideraría políticamente incorrecta la greguería de Ramón Gómez de la Serna: “El manco de los dos brazos se quedó en chaleco para toda la vida”. Arévalo no se ganaría la vida contando chistes de gangosos, tartamudos y “mariquitas”. Y Martes y 13 ni siquiera hubiera hecho la parodia de la mujer maltratada “mi marido me pega”.
El señor atado a la realidad, el que no es capaz de encontrar la segunda intención, el que no entiende de ironías es soso y aburrido. El humor y el ingenio nos ofrecen otra visión, otra perspectiva, otra forma de ver la realidad, otra inteligencia.

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