Sería en octavo cuando en la
asignatura de física nos enseñaban que puedes estirar un muelle con cierta
fuerza de forma que cuando lo sueltas el muelle vuelve a su posición original. Nos
enseñaban también que cada muelle tiene un “punto de no retorno” es decir, un
límite: soporta un máximo de fuerza de manera que si la sobrepasas, el muelle
se deforma y no recupera su posición original.
Todos tenemos nuestro límite.
No sé si ustedes -como yo- tienen un límite
de resistencia a las noticias que causan enfado, decepción, disgusto,
impotencia, asqueamiento general. Límite que si se supera, genera cierta
deformación emocional que exige desconectar temporalmente de las noticias para
ver la realidad desde una perspectiva más realista, desde la inmediatez que nos
rodea.
En un mundo sin televisión sería difícil
para la mayoría conocer de forma directa algún caso de asesinato por violencia
de género o de secuestro de una menor. Los medios nos acercan al mundo, pero a “todo
el mundo”, proporcionándonos tal acumulación de información –casi siempre
negativa- que nos puede causar una visión excesivamente nociva del estado de
las cosas, un excesivo pesimismo que no se corresponde con la realidad.
Tampoco sé si ustedes –también como yo-
han llegado estas últimas semanas a su límite de “políticos en campaña
electoral” y necesitaban dejar de sufrir los padecimientos del votante para
volver a ser tratados como personas.
Si nos atenemos al trato recibido, el
votante parece ser un espécimen superficial y voluble, de poca capacidad
intelectual y raciocinio, nula memoria del pasado y susceptible de ser captado
como se capta a un niño con un caramelo. Especialmente cansino es además que
según parece, al votante hay que bombardearle mañana tarde y noche con la
mismas frases, los mismos mantras, las mismas maravillas de cada uno y los
infinitos defectos del contrario.
Ahora que sólo somos personas -esperemos
que hasta que pase el verano-, parece que se dirigen a nosotros con una cierta
normalidad. Parece que las omnipresentes, forzadas y permanentes sonrisas, el
compadreo con la gente de la calle y las a veces ridículas situaciones en las
que se han colocado, han quedado aplazadas hasta las elecciones generales.
Parece que en su gran mayoría nos vuelven a tratar como si tuviéramos un
coeficiente medio. Y parece que, aunque metidos ahora en sus estrategias para
formar gobiernos y ayuntamientos, escuchamos afirmaciones que nos explican con
más realismo en qué situación estamos.
Con una convocatoria electoral tan
cercana quizá padezcamos el síndrome electoral. Un cuadro de síntomas que
presenta ansiedad, rechazo, angustia o algún tipo de sarpullido cuando pensamos
en ver un informativo o al imaginar de nuevo a unos candidatos que en lugar de
contarnos sus ideas y proyectos nos bombardean con dibujitos y parodias dignas
de primero de infantil.
Esperemos que en estos escasos meses
seamos capaces de observar y pensar con más tranquilidad, de borrar de nuestro
subconsciente musiquillas y afectos forzados, de llegar al contenido, de volver
a nuestra situación previa para no forzar nuestro límite de tolerancia.
Ojalá que los pasos
que los políticos den estos meses sirvan para que se retraten en sus pactos y
en sus decisiones. Ojalá la vida real de las instituciones en estas escasas
semanas sirvan para ver sus promesas en la práctica. Y ojalá
que todo esto les lleve a hacer campaña para personas que votan y no sólo para
votantes.
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