jueves, 11 de junio de 2015

VOTANTES Y PERSONAS.

Sería en octavo cuando en la asignatura de física nos enseñaban que puedes estirar un muelle con cierta fuerza de forma que cuando lo sueltas el muelle vuelve a su posición original. Nos enseñaban también que cada muelle tiene un “punto de no retorno” es decir, un límite: soporta un máximo de fuerza de manera que si la sobrepasas, el muelle se deforma y no recupera su posición original.
Todos tenemos nuestro límite.
No sé si ustedes -como yo- tienen un límite de resistencia a las noticias que causan enfado, decepción, disgusto, impotencia, asqueamiento general. Límite que si se supera, genera cierta deformación emocional que exige desconectar temporalmente de las noticias para ver la realidad desde una perspectiva más realista, desde la inmediatez que nos rodea.
En un mundo sin televisión sería difícil para la mayoría conocer de forma directa algún caso de asesinato por violencia de género o de secuestro de una menor. Los medios nos acercan al mundo, pero a “todo el mundo”, proporcionándonos tal acumulación de información –casi siempre negativa- que nos puede causar una visión excesivamente nociva del estado de las cosas, un excesivo pesimismo que no se corresponde con la realidad.
Tampoco sé si ustedes –también como yo- han llegado estas últimas semanas a su límite de “políticos en campaña electoral” y necesitaban dejar de sufrir los padecimientos del votante para volver a ser tratados como personas.
Si nos atenemos al trato recibido, el votante parece ser un espécimen superficial y voluble, de poca capacidad intelectual y raciocinio, nula memoria del pasado y susceptible de ser captado como se capta a un niño con un caramelo. Especialmente cansino es además que según parece, al votante hay que bombardearle mañana tarde y noche con la mismas frases, los mismos mantras, las mismas maravillas de cada uno y los infinitos defectos del contrario.
Ahora que sólo somos personas -esperemos que hasta que pase el verano-, parece que se dirigen a nosotros con una cierta normalidad. Parece que las omnipresentes, forzadas y permanentes sonrisas, el compadreo con la gente de la calle y las a veces ridículas situaciones en las que se han colocado, han quedado aplazadas hasta las elecciones generales. Parece que en su gran mayoría nos vuelven a tratar como si tuviéramos un coeficiente medio. Y parece que, aunque metidos ahora en sus estrategias para formar gobiernos y ayuntamientos, escuchamos afirmaciones que nos explican con más realismo en qué situación estamos.
Con una convocatoria electoral tan cercana quizá padezcamos el síndrome electoral. Un cuadro de síntomas que presenta ansiedad, rechazo, angustia o algún tipo de sarpullido cuando pensamos en ver un informativo o al imaginar de nuevo a unos candidatos que en lugar de contarnos sus ideas y proyectos nos bombardean con dibujitos y parodias dignas de primero de infantil.
Esperemos que en estos escasos meses seamos capaces de observar y pensar con más tranquilidad, de borrar de nuestro subconsciente musiquillas y afectos forzados, de llegar al contenido, de volver a nuestra situación previa para no forzar nuestro límite de tolerancia.
Ojalá que los pasos que los políticos den estos meses sirvan para que se retraten en sus pactos y en sus decisiones. Ojalá la vida real de las instituciones en estas escasas semanas sirvan para ver sus promesas en la práctica. Y ojalá que todo esto les lleve a hacer campaña para personas que votan y no sólo para votantes. 

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