domingo, 6 de enero de 2013

DICIEMBRE.

Paradójicamente llegamos al principio, porque paradójicamente comenzamos por el final. Comenzamos planeando a dónde queremos llegar, proyectándonos en el futuro, imaginándonos cómo queremos ser, y luego comenzamos a actuar. En diciembre llegamos a la meta, termina el plazo que nos habíamos dado para lo de siempre: dejar de fumar, ir al gimnasio, estudiar inglés... y para le especial: reconciliarme con mi familia, leer aquel libro o jugar a las tardes con mi hijo. Diciembre es un mes especial. Es el mes de los balances, de los inventarios, de las satisfacciones y de las decepciones. El mes de felicitarme o de aceptarme en mi pequeño o gran fracaso, de complacerme o de esconderme en mil excusas para justificar mi falta de constancia o mi “el lunes comienzo sin falta”. Es el mes que cierra aciertos y errores, ganancias y pérdidas, esperanzas conseguidas o frustradas. Pero es también el mes que vuelve a abrirlas en un proceso en el que con frecuencia los proyectos, las ilusiones, las esperanzas se repiten, se recuperan. Nuestro diciembre es excepcional. Una mala noticia hoy y otra mañana, un año oscuro por delante, desilusión, escepticismo... cómo mantener vivas ilusiones y esperanzas. Diciembre con sus puentes y su Navidad es también el mes de los puntos de vista: de las cigarras o de las hormigas -“los que saben” aprovechar el momento o los prudentes-. Es el mes en el que las desigualdades se ponen de manifiesto con toda su crudeza. Es el mes en el se choca de bruces con la realidad. Para las cigarras es un paréntesis en sus dificultades, en sus expectativas: quizá el último año que podemos tener regalos “como Dios manda” o celebrar fin de año por todo lo alto, quizá el último año que podemos tirar la casa por la ventana. Para las hormigas -más prudentes- no hay paréntesis, hay continuidad: el mismo trabajo, el mismo sueldo, las mismas posibilidades... No perderán de vista el futuro, no levantarán los pies del suelo, no huirán hacia delante. Es el mes en el que las tiendas de lujo aumentarán sus ventas, los centros comerciales llenarán sus aparcamientos en días señalados al mismo tiempo que las colas de Cáritas serán más largas que nunca para conseguir comida, algo de turrón o algún juguete para los niños. Este mes de diciembre se pondrá de manifiesto que la clase media tiende a la baja, y la alta sigue subiendo. La sociedad se polariza. Más que ningún otro mes la realidad chocará contra nuestros bolsillos, pasará ante nosotros todo lo que antes podíamos comprar y que ahora no podemos, tendremos que espabilar el ingenio para explicar por qué la crisis afecta a los Magos y seremos más conscientes que nunca de la pérdida de poder adquisitivo. Tal vez este diciembre sea el mes de valorar lo que tenemos y de apreciar lo que no se compra. Tal vez sea el mes de sufrir el consumismo desmedido del que somos víctimas. Este mes de diciembre quizá por fin descansemos: si ha pasado el día veintiuno, los mayas estaban equivocados y no se acababa el mundo. El día veintiocho querremos ser más inocentes que nunca y creernos que de verdad los mayores lo arreglan todo. Desearemos más que nunca la Paz de la Navidad y que los políticos se vayan de vacaciones y nos dejen unos días en paz. Deslizarnos por el hielo, ir un día a la nieve, sentarnos frente al fuego, jugar a las cartas, compartir la ilusión con los niños... Acabamos y volvemos a empezar. Siempre se acaba con melancolía, con añoranza, con sentimiento de pérdida: "otro año". Pero es un fin con minúscula. El Fin, el de verdad -con mayúscula-, puede llegar cualquier día. A un amigo mío le llegó en noviembre. Y después dejaremos paso a la vida: a la cuesta de enero, que tal como va la cosa solo será la primera rampa de varios puertos de primera.

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