jueves, 13 de diciembre de 2012

CHARLATANES

Tanto en el ámbito privado como en el público han estado siempre presentes los charlatanes. Hábiles manipuladores que utilizando como instrumento la palabra han engañado y confundido a su público con sagaces argumentos que aunque parecían correctos eran falacias: argumentos falsos con apariencia de verdaderos. Personas y situaciones han sido manipuladas y manejadas recurriendo a estos tipos de discursos tipificados algunos desde la Grecia clásica. El argumento ad baculum (argumento al bastón) es el que implica algún tipo de amenazada o trasmite algún tipo de miedo como si fuera una razón que refuerza una opinión o una norma. Una falacia de este tipo y muy frecuente es la que utilizan los partidos políticos cuando anticipan calamidades o desastres si ellos no ganan las elecciones o no se apoya sus decisiones: “No congelar las pensiones significa poner en peligro el sistema público de protección social”. De tipo opuesto sería el argumento que apela a los sentimientos que puede llamarse también “chataje emocional”. Se provoca el entusiasmo o cualquier otro sentimiento de adhesión como la piedad o la solidaridad para apoyar decisiones no porque el argumento sea correcto sino porque esos sentimientos llevan a que se acepte: “Las tropas no participarán en una guerra sino en acciones humanitarias”. El argumento ex populo, es una argumento al que tanto a él como a su contrario estamos bastante habituados. El argumento ex populo recurre a que una afirmación es verdad o mentira, buena o mala, porque todo el mundo la admite o la rechaza: “En todos los países de la Unión Europea se aplica este impuesto” o “Ningún país europeo admite determinada situación”. Pero cuando conviene, se utiliza una argumentación justamente opuesta: “Somos pioneros en Europa al establecer esta ley”. Argumento de autoridad. Consiste en aportar como justificación de nuestros argumentos o como apoyo de nuestras acciones afirmaciones de algún experto en la materia, dando por hecho que son afirmaciones infalibles o absolutamente imparciales que no pueden discutirse: “El Banco Federal Alemán afirma que los recortes establecidos son insuficientes”. Presuposiciones implícitas. “Demostraremos cómo blanqueo el dinero el concejal de urbanismo”. Es decir, damos por hecho que el concejal se dejó sobornar o cobró una comisión. Lo demostraremos o no podremos hacerlo, pero ya hemos afirmado que es corrupto. Si en lugar de rebatir el argumento atacamos a la persona que lo formula estamos utilizando el llamado argumento ad hominem. El argumento frecuentemente utilizado: “Como puede usted decir que en mi partido hay corrupción si en el suyo fulatino se subvencionó con comisiones ilegales”. Una cosa no quita la otra: que en mi partido haya habido corrupción no tiene nada que ver con que en el suyo también la haya. En este mismo grupo de argumentos falaces estaría el siempre socorrido “como me puede decir que deje de fumar si él que es médico fuma más que yo”. Entre los más extendidos está la generalización apresurada: consiste en hacer afirmaciones universales desde casos particulares. Se pasa por ejemplo de ver imágenes de disturbios en una manifestación, a afirmar que todos los participantes de esa manifestación son violentos. El arte del diálogo, del convencimiento por la palabra, de su utilización para persuadir, de hacerlo además con corrección, eficacia y de forma bella; ha sido desde el origen de la cultura una de las artes cultivadas por los humanos. Pero unida a ella, surgió también su degeneración: el engaño y la manipulación, la picaresca y la charlatanería, el embaucador y la farsa. Desgraciadamente en la actualidad, nos sentimos más víctimas de una manipulación que protagonistas de un arte.

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