El tiempo pasa sin darnos cuenta
y sin darnos cuenta van llegando etapas en las que tenemos que tomar
decisiones.
Comenzamos en infantil eligiendo el centro para nuestros
hijos y acabamos –o mejor dicho, acaban- eligiendo el trabajo al que se quieren
dedicar y los estudios correspondientes para llegar a alcanzarlo.
Mientras el propio sistema nos va
llevando de primero a segundo y así progresivamente no hay problema. Pero
rondando el final de la ESO las decisiones ya van siendo vinculantes, ya nos
van llevando en una dirección u otra y ya no nos vienen dadas.
Alguna optativa en tercero, los
itinerarios de cuarto, ciclo medio o bachillerato, qué bachillerato, qué
optativas, qué opciones en selectividad, qué estudios superiores...
Aunque el ideal sería comenzar
por el final, saber a dónde se quiere llegar no es lo habitual. Es la época del
desconocimiento, de las dudas, de las valoraciones y también de los errores:
los padres tenemos que aconsejar pero no decidir, no hay que centrarse en unos estudios
muy concretos sino en un ámbito, no hay que escoger por eliminación o porque
mis amigos toman esa opción.
Conforme vamos avanzando en el
sistema educativo, las decisiones nos van encarrilando más y por tanto son más
importantes. Ya 4º de la ESO exige una decisión que nos llevará en principio a
un ciclo medio, a un bachillerato u a otro. Ninguna decisión es irrevocable,
pero mejor acertar que no hacerlo.
Algunos alumnos lo tienen más o
menos claro, pero aún así ciclos medios hay muchos y opciones en bachillerato
también: cambiar de opinión cada quince días suele ser habitual y desesperante
para hijos y padres. Información hay mucha, pero como tantas decisiones en la
vida es un salto hasta cierto punto controlado pero también desde el
desconocimiento de muchos factores.
Llegados a esta altura –4º,
bachillerato, ciclos- la decisión tiene que ser del alumno. Escucharán al
orientador de su centro, opiniones varias y el consejo de sus padres; pero
cursar por ejemplo bachillerato por obligación y sin ganas de estudiar es muy
complicado, duro y con grandes posibilidades de acabar en fracaso. Si vemos que
su decisión está tomada por pura vaguedad o por continuar con sus amigos
tendremos que jugar entre el consejo y el convencimiento, el imperativo si no
lo utilizamos mejor.
Tan malo puede ser que no nos
atraiga nada como que nos centremos en un único grado. Es mejor tener un campo
más amplio -sanidad por ejemplo-, que cerrarse sólo en uno: si no consigo la
plaza en fisioterapia y no quiero hacer otros estudios vinculados con el
bachillerato que he cursado me quedo sin opciones.
Si se escoge por eliminación o
por seguir con los amigos se puede acabar en un callejón en el que la única
salida son unos estudios que no me gustan y un trabajo que tampoco quiero. En
todas las vías que tome y por mucho que me guste la que elijo, va a haber
alguna materia que no me atraiga o que se me de mal; por eso, si me interesan
los estudios sanitarios no puedo renunciar a ellos por quitarme las
matemáticas, si lo hago ¿qué estudios cursaré cuando acabe este bachillerato?
Si escojo por no separarme de mis amigos ¿estudiaré lo mismo que ellos aunque
no me guste?
La elección debiera ser el combinado de tres
factores: qué me gusta, qué se me da bien y qué posibilidades de trabajo tengo.
Hoy por hoy parece que lo del trabajo está más o menos igual en todas las
opciones aunque siempre hay estudios que también en tiempo de crisis tienen más
salidas que otros. El equilibrio no es fácil, hay que buscar la mejor opción
para que haga lo que haga, en mi campo sea lo mejor posible; y difícilmente lo
seré sin trabajo, esfuerzo y constancia.
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